Voy en el barco surcando el río (igual que en
el libro de Conrad), todo es de papel. La diferencia de materiales hace que las
líneas sean eternas. Llegamos hasta lo imposible del nombre y la incapacidad
que tiene el infinito al contarse. No podemos utilizar las pausas, ya no hay el
abrigo de los puntos suspensivos y mucho menos, la descripción que se hacía
entre comillas.
Al cruzar el corazón de las tinieblas, nos
invade la misma similitud que a su protagonista y vomitando, me retuerzo entre
los asteriscos.
El bosque parece una poción reticulada por la
profundidad que la habitación compone. Nos quedamos hasta que todo llega a ser
un pistilo, una parte errada de las cayenas.
Desde aquel lado, sigues vomitando barcos de
papel. Has alcanzado la destrucción que el tiempo desarrolla. Y desde aquí,
puedo oler las cortezas de los árboles y la tierra mojada.
Lamentablemente nada llega hasta el punto de
partida. Mi amiga es quien armo el barco, es la que me crea y ella misma es la
que tiene el manuscrito que usted lee.
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