
Permanecí quieta por un segundo, el piano sonaba tan perfectamente, que parecía que el pianista estuviera al lado tocando sólo para mi; en ese segundo lo descubrí, el vidrio estaba cerca, con la misma hacha con que le partí la cabeza, rompí el vidrio y salte.
En el aire, feliz por todo lo anterior, seguía escuchando a Chopin, seguía danzando como si la muerte fuera a darme una segunda oportunidad. Y allí, justo cuando la melodía se detuvo, el concreto estaba al frente de mi cara.
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